lunes, 21 de mayo de 2012

Me bajo.

Al final caes en cuenta que de nada vale la ilusión, ni la lucha, ni las ganas.

Ves cómo aquello que propones se utiliza pero no como lo pensabas sino a otro gusto y conveniencia.

Entonces caes en la cuenta de que es mejor meterse en la corriente y dejarte llevar, escuchar, leer o ver pero ni hablar, ni opinar ni proponer pues será una gota en el oceano que no servirá para cambiar nada.

Notas que hagas lo que hagas será tan estéril como describir colores a un ciego y que tendría que ser algo extraordianrio y fuera de lo común aquello que hagas digas o propongas y aún así, le buscarán el otro sello, el otro estilo, la otra óptica.

Y entonces ves que por más que hagas digas o propongas y perseveres estás frente a un gran muro, infranqueable pero al mismo tiempo invisible, está, lo sientes y lo palpas pero no lo ves.

Así de sutil, así de real, así de cruel y correctamente cívico, diplomatico, elegantemente presentado y aunque alcanzas al fin ver qué hay detrás no puedes luchar contra ello por que es un sistema, es algo instaurado de tal forma que no tiene fisuras, sólo un propósito y tú no formas parte de él aunque estés allí.

Ya todo estaba pensado, estudiado, planificado. Estás allí pero como elemento decorativo.

Y como no quiero forma parte de una decoración estudiada y planificada al detalle me pongo a un costado y empiezo hoy a ver pasar las cosas, porque no vale la pena gastar más tiempo, ni energías, ni ilusiones.

Son, fueron, sueños, pero hoy cayó la cortina y la realidad nos dice por lo bajito y con ironía que algunos sueños no se cumplen ni se cumplirán jamás pues los muros invisibles no permitirán que los escales, te darán, sí, todo para que lo intentes, herramientas ficticias dentro de un laberinto que te lleva a ninguna parte.

Y yo me bajo. Conozco el juego, conozco el laberinto, ya entré una vez pero fue suficiente. Me bajo.

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