miércoles, 18 de julio de 2012

JUSTO AL OCASO ( 3ª PARTE)

JUSTO AL OCASO.

AQUÍ LES DEJO LA TERCERA PARTE.

JUSTO AL OCASO.


Al abrir el sobre y leer sobre él su propio nombre la voz de Josep se quebró, incapaz de pronunciar palabras, las lágrimas brotaron libre y abundantemente de sus ojos, un viaje a su tierra y encima a su pueblo natal, entonces, como en una nebulosa, sintió un aplauso atronador, los abrazos de sus hijos, de sus nietos, de sus amigos, de su esposa.

Intentó hablar pero la emoción le impedía articular palabra, solo al cabo de muchos minutos, más calmado, pero bañado de lágrimas logró articular un casi inaudible “gracias”.

Pero luego, sacando fuerzas desde muy adentro, se levanto de su silla e intentó vanamente desistir del “premio” y justo en ese momento, los altoparlantes dejaron escuchar unas palabras a modo de pregunta: “Josep, te habla Albert, Albert Picas, ¿me recuerdas, amigo?".

Aquello fue demasiado, con la voz quebrada en llanto, la mirada buscando al amigo, Josep recibió el micrófono de manos de su nieto y contestó: “por mis muertos y los tuyos que sí, aquí estoy amigo mío y voy a darte un abrazo en cuanto te dejes ver que te vas a quedar tieso” “pues ven a S'AGARO y dámelo, granuja, que te espero”.
Ya no podía decir que no, esas pocas palabras fueron decisivas para emprender el tan añorado viaje de regreso.

Aquel domingo la fiesta se prolongó hasta bien entrada la noche, la alegría podía palparse en el aire, Josep, luego de casi toda una vida tenía en su mirada un brillo increíble, se podría haber afirmado que era infinitamente feliz, los brindis fueron muchos, los abrazos también, uno de los suyos podría cumplir su sueño y eso era motivo de fiesta.

El día de la partida el aeropuerto fue testigo de la alegría, de la emoción y incontables abrazos acompañados de ríos de lágrimas, extrañamente, Josep se notaba muy tranquilo, feliz y se podía apreciar que intermitentemente alzaba sus ojos al cielo, quizás como agradeciendo a Dios por permitirle pisar por última vez su amada tierra natal.

Abril fue el mes elegido por Lluís para llegar a tierras catalanas, por fortuna el viaje fue bueno y al fin, luego de interminables horas que parecieron siglos, pisaban el aeropuerto del Prat en Barcelona.

Y Josep en el último tramo del viaje, cerrando los ojos recordaba la Plaza del Roserar, la Casa Sibils, la Casa Girona, los baños de Sant Pol……………, también piensa que el paso del tiempo debe haber cambiado mucho de aquello que él conoció, al fin y al cabo había pasado mucho tiempo y hoy su pueblo era un reclamo turístico.

Cuando llegaron al pueblo caía la tarde, no se veía nadie en sus calles, cambiadas por el paso del tiempo, pero Josep reconocía a cada metro algo de aquel entonces.
Bajó del coche casi de un salto, el olor a mar invadió sus pulmones al mismo tiempo que las lagrimas su rostro, en silencio, Montse y Lluís lo observaron, era el momento del reencuentro, el minuto que Josep había esperado toda su vida, el pisar una vez más su tierra.


Alzó la vista, el Castell D’aró parecía darle la bienvenida, pero le pidió a su nieto que lo llevase a la cercana iglesia de Sant Pau, una vez allí y justo antes de entrar una voz casi gritando le dijo:”granuja, al fin has llegado”, al volverse para responder, Josep pudo ver una enorme señera y detrás de ella un puñado de personas que levantaban un cartel de bienvenida.

Un baño de abrazos fue el paso siguiente, alguien improvisó un solemne momento cuando entonó “els segadors”, Josep incapaz de contener las lágrimas cantó cada estrofa como si se encontrara en un coro, se sentía como tocando el cielo, y luego vinieron las presentaciones: ¿Tú eres ………, pero si estás igual, bueno, las gafas, pero mira si está aquí………..y llegó el momento de reencontrarse con Albert, no fueron necesarias las presentaciones, podían haber pasado muchos años, pero la mirada de uno y otro fueron más que suficientes, un interminable abrazo fue testigo de aquel postergado y ansiado reencuentro con su amigo de siempre.

Después de todo, la guerra había separado por un buen espacio de tiempo a estos hoy canosos ancianos, pero el cariño y la perseverancia de un nieto habían hecho posible el que un buen puñado de ellos pudieran arrebatarle a la vida unos momentos de increíble alegría, de gozo, de fraternidad, casi que de victoria.
Fueron 8 días para el recuerdo, interminables horas de charlas e infinidad de fotos, quedaron atrás el colesterol, el cansancio del viaje, que dieron pasó a un cúmulo enorme de emociones y reencuentros.


Y Josep pisó una vez más la playa, mojó sus pies en “sus” aguas, bailó, cantó, lloró, disfrutó de cada segundo de aquellos días y cuando se acercaba la hora del regreso, Montse advirtió que la mirada de su marido había cambiado por completo.
Parecía rejuvenecido a sus casi 90 años, si bien siempre había sido un hombre de paso firme y figura erguida, esos días parecían haberle provocado una inyección de juventud.

Esa tarde, casi como en una particular despedida, ambos paseaban por la playa cuando Josep le dijo;”Montse, estoy seguro que ya nunca más volveremos, es extraño, justo en el ocaso de nuestras vidas pude cumplir un sueño que por cobardía o no sé por que, no lo hice antes, no me arrepiento, pero hoy siento que es el más bello atardecer de mi vida, al mirar otro ocaso, siento que el de mi vida misma me permite ver que ha valido la pena tanta nostalgia, tanto llanto, me voy de este mundo feliz”.


“Aún queda el sueño de verla libre y soberana, responsable de su propio destino, dueña de sus actos, verla recuperar su dignidad de nación soberana, de tener al fin su propia identidad, pero no deja de ser gratificante el poder hablar nuestra lengua sin miedo, de ver nuestras señeras ondeando libres al viento, de escuchar nuestro himno”

“Llegará ese día, lo sé, lo presiento y sé que allí donde marche, luego de esta vida, podré contemplar ese momento y será entonces, Montse, cuando por fin habrá valido la pena tanta sangre derramada, tanto llanto, tanto sufrimiento, tanto exilio forzado”

Montse apretó dulce y suavemente la mano de Josep, entonces él pudo ver el rostro de su esposa completamente bañado en lágrimas.
“¿Qué te pasa mujer?” preguntó curioso Josep.

“Josep- dijo ella- yo también, como tú, salí de esta tierra huyendo de aquel horror, de aquella locura, no comprendía mucho que pasaba en realidad, pero recuerdo el miedo, el hambre, el estallido de las bombas y la desolación que produjo la devastación aquella, recuerdo que en aquel barco vi a mi padre llorar por primera vez”

“Solo hoy, después de tantos años, puedo al fin comprender su tristeza y la tuya, solo ahora, luego de estar aquí comprendo el dolor que produce el desarraigo, hoy puedo comprender en toda su dimensión la palabra exilio, el tesón y la perseverancia de mis padres por mantener vivos algunos recuerdos y sobre todo, las costumbres, las tradiciones, la historia, la lengua”

“Cómo imaginarme la importancia de mantener vivas las raíces, de preservar nuestra identidad, cómo comprender aquella obstinación de mantener unida la colonia catalana, cómo no me di cuenta de la importancia de esa obstinación, por eso las lágrimas, por que hoy comprendo lo fácil que es amar esta tierra”

“El regresar ha despertado todo aquello que mis padres y tú mismo me han inculcado durante toda mi vida pero que no había llegado nunca a comprender del todo, hoy, ya a mi vejez puedo verlo con claridad y por eso lloro, por que al fin comprendo”

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