jueves, 12 de julio de 2012

JUSTO AL OCASO ( PARTE 1)

Amigos, este relato, el cual en lengua catalana obtuvo un segundo premio en un certamen literario es algo que deseo compartir con ustedes.

No es excesivamente extenso, algunos amigos me comentaron que en 15 minutos lo leyeron, así que creo que en unas 4 entregas les será fácil leerlo.

Aquí les dejo la 1ª entrega entonces.


Justo al ocaso

Atardecía, el hombre llegó a su acostumbrada cita a la orilla del mar como ya hacía muchos años, al atardecer.

Su mirada delataba nostalgia, pero eso no era una novedad ni para él ni para nadie que lo conociera, Josep llevaba así casi que toda su vida, desde su adolescencia se podría decir y el poder contemplar un atardecer a la orilla del mar le producía una reconfortante sensación de reencuentro.



Era una forma de regresar a su tierra, como si las olas que besaban sus pies le trajeran noticias, novedades, él solía cerrar los ojos y dejar escapar de ellos gruesas lágrimas como si fuesen una ofrenda silenciosa y húmeda ante esa inmensa nostalgia que sentía, muchos, muchísimos años habían pasado ya, pero para él eran apenas horas, cada recuerdo, cada sonido y hasta cada imagen de su tierra se guardaban nítidamente en su mente.

Pero esa tarde una especie de melancolía mezclada con una profunda tristeza le invadió, tan sólo horas antes uno de sus mejores amigos se había marchado, ahora solo quedaba él, sólo él, de aquellos que habían partido ¿o huido?, en aquel barco.
Y de pronto, al abrir los ojos, el atardecer se le antojó triste, esas nubes que al marchar el sol y por unos escasos minutos se coloreaban de rojo le ponían un toque de tristeza a ese atardecer.

“Regresaremos” se prometieron esa tarde fría de invierno cuando partían de aquel puerto francés, detrás quedaba el horror de la guerra, el dolor por los amigos caídos, la impotencia de tener que marcharse de su tierra, en la ahora lucha sólo por la supervivencia, con la esperanza de poder regresar pronto, con la angustia de no saber de aquellos a los que querían y que no habían podido huir.

El viaje duró casi tres meses y la incertidumbre fue tan grande como las penurias del viaje, todos los que a su lado viajaban llevaban consigo la pesada carga del exilio forzado, las miradas perdidas en el mar, las cabezas hundidas sobre los hombros, la cara de la derrota, la cara de impotencia, casi no hablaban y si lo hacían era con monosílabos.

Amanecía cuando avistaron lo que sería la tierra de su nuevo hogar, poco a poco fueron distinguiendo el cercano puerto, en medio de una obstinada niebla, la ciudad comenzaba a mostrarse, tímidamente a sus nuevos y desconocidos visitantes.



Fueron años difíciles y de desarraigo, pero Josep supo encontrar en esa nueva tierra la forma de no perder su propia identidad, su objetivo, desde el primer día de llegada fue precisamente no olvidarse quién era, de dónde venía y por ello junto a más de sus paisanos fueron juntándose más y más, formaron el primer casal catalán de aquella ciudad, Jordi, uno de sus mejores amigos y al cual había conocido en el barco, junto a él y un puñado de amigos lograron incluso montar un programa de radio en catalán y cada fin de semana crecían los asistentes a las paellas.

Llegó el amor de la mano de Montserrat, “La Montse” como siempre la llamó él, ella había montado con su familia un pequeño “colmao” al llegar pero con tesón y mucho trabajo llegaron a tener con el paso de los años un pequeño supermercado.
Cuando Josep la conoció llevaba un par de años al frente de una cantera junto a su amigo y socio Jordi, una noche de Sant Joan, cuando las fogatas eran enormes y se reproducían a lo largo y ancho de la capital, sonaba una sardana, y ella estaba sola, al costado de la larga mesa donde hasta solo minutos antes se encontraban deliciosas “cocas”.

Josep no pudo evitar invitar aquella jovenzuela risueña a danzar junto a él, pero ese fue sólo el comienzo, a los pocos meses la creciente amistad se transformó en amor y al cabo de 4 años de novios, llegó el casamiento.
La soledad ya pesaba menos, la nostalgia era ahora cosa de 2 y fue entonces cuando ambos cada día paseaban por la orilla del mar, fue entonces cuando él le habló del sueño de volver, aunque fuese por unos días, Montse sonrió, si sabría ella de los sueños de su marido.

El tiempo pasó, llegaron los hijos, dos varones preciosos y una niña, Josep pareció declinar de la idea de volver, pero Montse seguía viendo en él aquella mirada de profunda nostalgia, era muy evidente, sobre todo cuando a la noche, con la radio pegada a la almohada Josep lloraba en silencio mientras escuchaba la diaria audición catalana.

Pero Josep parecía resignado a no volver a ver de nuevo su tierra, tanto que cuando con el paso de los años llegaron los nietos, su mirada pareció más alegre, más viva, Montse pensó entonces que los nuevos integrantes de la familia habían al fin, logrado que Josep fuese feliz.

Lluís fue el nombre de su primer nieto, el cual fue un compañero inseparable de Josep, aún cuando ya era un adolescente, aún cuando tuvo su primera novia e incluso luego de recibirse de periodista.
Anochecía ya cuando Josep decidió regresar de su diario paseo cuando sintió una mano en su hombro, no necesitó darse la vuelta para saber que Lluís estaba a su lado.

Vamos abuelo que ya hace frío, dijo cariñosamente Lluís.
Josep asintió sin decir nada, pero Lluís notó que su abuelo desbordaba en tristeza y que no era justamente por la muerte de Jordi, sin decir palabra, lo invitó con un gesto a sentarse en el banco de aquella plaza de la rambla.
Bueno, le dijo sonriendo, a ver qué le pasa abuelo, cuénteme, que lo escucho y no me venga con que está así por lo de Jordi.


Entonces Josep, como si hablase consigo mismo, por primera vez en su vida, se abrió, abrió su alma de par en par, y su nieto, aquel que pensaba conocer más que bien a su abuelo, conoció una verdad que ni siquiera Montse había llegado a conocer.
“Hoy he visto cómo un día más llegaba a su fin, al ocaso del sol, así día a día se va a apagando mi vida, Lluís, es increíble, he sido muy feliz, a pesar de todo, he tenido una buena vida junto a una más que buena mujer, la vida me regaló unos hijos maravillosos y 4 nietos increíbles, entre ellos, tú, pero a pesar de todo, sigo siendo un hombre incompleto, me falta algo”

Se detuvo unos instantes como para tomar aliento y luego continuó: “hace ya muchos años, cuando subimos a aquel barco, prometí volver a mi tierra, aunque fuese solo unas horas, volver a mi pueblo o lo que la guerra haya dejado de él, ver, si viven aún, a, mis amigos o si ya han muerto, saber de ellos, ver mis montañas una última vez, sentir que es aquel aire y no otro el que llena mis pulmones, pisar sus calles casi libres una última vez, mojarme en ese mar mío, besar esa tierra que tanto me dio”

“Ya no soy un muchacho, mis arrugas ya son más numerosas que la cantidad de pelo en mi cabeza, hoy, al contemplar este hermoso atardecer fue como ver pasar mi vida, luego de tanto sol, poco a poco se va apagando, al igual que mi vida, no siento por ello miedo, es parte de la vida el morirse algún día, pero siento que me marcharé de ella sin haber cumplido mi sueño”

“Esta tierra me ha permitido vivir libre, recomenzar, formar una familia, ser feliz o casi, pero ni lo material que he logrado, ni mis logros personales, nada ha sido capaz de hacer que me olvide de mi terruño, y lo peor es que dentro de esa inmensa nostalgia también tengo mi cuota de culpa por que al fin y al cabo nunca tuve el coraje para averiguar de mi gente y mis amigos, mantengo viva la ilusión de saber de ellos y de ver mi tierra, pero quizás por que jamás nunca tuve la osadía de preguntar, tal vez por no querer escuchar que todos mis amigos habían muerto o algo peor; habían sido fusilados sólo por querer ser libres”

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